La puesta en escena, y la actuación de Pedro Castillo en el debate entre él y Keiko Fujimori el sábado 1 de mayo en la ciudad de Chota, nos revelan las tensiones entre su apuesta antineoliberal y una actuación que está en complicidad con el discurso emprendedor. Un discurso que en las últimas tres décadas ha calado hondo en la vida de los peruanos, y que viene articulando el régimen neoliberal en el plano cultural, así como modelando narrativas, aspiraciones y sentidos de ciudadanía. Propongo que tal paradoja no es la de Castillo únicamente, sino que nos refiere a la heterogeneidad y complejidad con la que el discurso emprendedor ha venido siendo asimilado y traducido en prácticas y proyectos personales y colectivos. Mientras tanto, la corrupción y la crisis política han generado una creciente indignación, y la pandemia ha expuesto los límites de las promesas del modelo neoliberal. Se observa así el surgimiento de un ánimo y disposición críticos y reflexivos, que no necesariamente rompen con el discurso del emprendimiento, sino que lo hacen aún más matizado y disputado.

El debate, en el marco de la segunda vuelta en las elecciones presidenciales del 2021, fue propuesto por Pedro Castillo y Keiko Fujimori accedió a participar aceptando también realizarlo en Chota, capital de la provincia natal de Castillo. El debate fue organizado por la municipalidad y conducido por dos periodistas locales. Aunque televisado a nivel nacional, se llevó a cabo en la plaza de Chota, entretejiendo así los modos de una política de plazas y asambleísta, con otros más contemporáneos dominados por los protocolos mediáticos y sus figuras. Pedro Castillo llegó puntual vestido con una chaqueta deportiva con el logo de marca Perú. Keiko Fujimori, en un gesto que luego tradujo en la frase “he tenido que venir hasta aquí” y que repitió más de una vez, llegó con 30 minutos de retraso luciendo el polo de la selección peruana de fútbol. Durante el tiempo de espera los periodistas ya instalados en el podio junto a Castillo, dirigiéndose a la audiencia televisiva presentaron las bondades del paisaje y la gente de Chota citando textos de chotanos ilustrados y destacando la denominación de la provincia como “cuna de las rondas campesinas del Perú”. Luego en sus intervenciones Castillo más de una vez hizo alusión a tal calificativo, subrayando el rol de éstas en la lucha antiterrorista en defensa del país. El debate fue conducido de manera ordenada, respetando los protocolos establecidos. Más allá de la lectura de la actuación de ambos candidatos en la contienda, el debate puede ser visto como una exitosa campaña publicitaria de Chota en “modo marca Perú”, con Pedro Castillo, posible futuro presidente, como su embajador. Chota no solo se legitimó en su condición de “cuna de las rondas campesinas”, sino también en su buen desempeño para llevar a cabo un evento político democrático de envergadura nacional.

La promoción de la marca Perú es una política de estado, diseñada e implementada por Promperú y sus tecnócratas, y funciona como un dispositivo de gubernamentalidad neoliberal que tiene en la figura del embajador de la marca la encarnación del emprendedor peruano comprometido con su país. Durante el gobierno de Ollanta Humala quien dio continuidad al modelo económico vigente, éste usó el logo ampliamente en varias de sus apariciones públicas como presidente del Perú en momentos en que la marca Perú tuvo su mayor auge. En tal sentido, el uso del logo por parte de Pedro Castillo anticipa en términos simbólicos y performativos un futuro anhelado como presidente del país, pero también el de un proyecto de país cuyo éxito, recae sobre sus ciudadanos emprendedores. Aunque en tensión con el discurso antineoliberal que también enunció con fuerza durante el debate, o más bien en superposición con éste, la actuación de Castillo más que deslindar con el discurso emprendedor, alude al anhelo y reclamo de vastos sectores de la población a poder desempeñarse y ser reconocidos como emprendedores. Tal afirmación no solo se sustenta en el uso del logo, sino además en la manera en que el candidato articula su crítica a las políticas neoliberales respecto a la pérdida de derechos que éstas propician en los campos de la salud, la educación y el trabajo.

En sus intervenciones Castillo destaca la importancia de la educación para formarse en valores y como medio para “salir adelante”, ocupándose menos por explicar los mecanismos por los cuales el modelo neoliberal promueve y legitima un retroceso en los derechos ciudadanos históricamente adquiridos, o por presentar una propuesta programática que garantice su recuperación. En su condición de maestro más bien se presenta como artífice de generaciones de jóvenes educados en valores y que “ahora son emprendedores”. Así para garantizar el desarrollo de estos jóvenes emprendedores propone la implementación de políticas dirigidas a fortalecer programas de formación y financiamiento estatal a la microempresa.

Este discurso se encuentra arraigada en lo que Carlos Iván Degregori en los ´80 denominó el mito del progreso. Entonces se destacó, desde vertientes ideológicas distintas, la capacidad de amplios sectores marginados para responder a las adversidades propiciadas por formas de discriminación profundamente arraigadas, por la ineficiencia del estado para otorgarles ciudadanía plena y por condiciones estructurales que reproducen formas de exclusión y explotación. Se afirmó en un sentido reivindicativo que las respuestas ensayadas se articularon a través de la apuesta por la educación y la migración, y la puesta en práctica de una serie de repertorios culturales que estarían en la base de la capacidad asociativa, organizativa y de autogestión de los sectores, indígenas, campesinos y populares.

Desde fines del siglo XX tal narrativa se hizo vigente traducida al lenguaje del emprendedurismo, y celebrada como expresión del éxito del modelo neoliberal. Las distintas trayectorias y experiencias migratorias y formativas dieron lugar a un emergente y variado discurso emprendedor de arraigo popular, que Castillo no solo recoge, sino que además superpone con una retórica de izquierda y sindicalista que aboga por el trabajo como un derecho dignificante. Durante el debate no escatimó oportunidades para señalar que Keiko Fujimori no tenía trabajo conocido, y que por ende no sabe lo que es “ganarse el pan con el sudor de la frente”. De este modo, y desde su versión particular del emprendedurismo, la descalificó en el plano de las capacidades y de la moral al presentarla como una persona incapaz de “salir adelante” por su propio esfuerzo, cualidades que en la épica y ética que el discurso del emprendedurismo propaga son altamente apreciadas.

Esta versión del discurso emprendedor arraigada en una tradición que se remonta al menos a la década del ´80, en lo que he señalado como su fase reivindicativa, puede pues encontrar vasos comunicantes con posturas de corte antineoliberal, especialmente cuando los derechos a la salud, la educación y el trabajo son formulados en clave cultural y moral, admitiendo incluso posturas conservadoras respecto a nociones como la familia o en materia de derechos sexuales e igualdad de género, que son parte del repertorio de Castillo.

Después de casi dos décadas de celebración del modelo neoliberal y del ethos emprendedor de los peruanos, esta retórica antineoliberal se encuentran en sintonía con una tercera fase marcada por una actitud reflexiva y crítica ante el modelo. Ésta emerge en un contexto de crisis política, sanitaria y económica, a la par del surgimiento de movimientos sociales movilizados por la indignación y consignas anticorrupción y antiviolencia de género, así como por la búsqueda de la paz social y condiciones propicias para seguir emprendiendo.

Si se quiere entender una figura política como la de Pedro Castillo, y eventualmente las de los otros candidatos en la primera vuelta, es necesario indagar en las tensiones que configuran de forma compleja, heterogénea y en ocasiones paradójica, el discurso y los repertorios del emprendedurismo, así como las posturas antineoliberales y conservadoras en el Perú. Eso requiere mapear las múltiples voces, aspiraciones y pragmáticas que entran en juego, así como rastrear las tradiciones en las que tales discursos pueden estar arraigados y le dan sustento. Así tal vez se pueden encontrar respuestas a la paradoja que plantean la realización de movilizaciones masivas en noviembre del 2020, que podían dar la impresión de un entendimiento y sentimiento comunes, pero que luego se tradujeron en un voto fragmentado en la primera vuelta. Es necesario pues abrirse camino por la diversidad de tramas que organizan los varios discursos del emprendedurismo, del conservadurismo y el antineoliberalismo en el Perú. Pero más importante aún es que tales indagaciones, que requieren investigaciones que trasciendan enfoques centrados en la coyuntura, podrían darnos claves para entender en el largo plazo los procesos en los que nos encontramos inmersos, así como los alcances y límites del actual momento reflexivo y crítico que están definiendo nuestras posibilidades futuras como país.